Contadme lo que pasó
Sólo queríamos pasar la nochevieja en aquella cabaña tan cuca, lejos del mundanal ruido, pero aquello se convirtió en El Horror.
Cuando llegamos, dijimos que aquello era muy bonito y descargamos el coche, después dispusimos la mesa primorosamente para la cena.
Ellas nos dijeron que ni hablar de picar nada hasta la hora de la cena, poco después, Víctor empezó a comportarse raro, decía cada vez más incoherencias y miraba mucho por la ventana aunque no se veía nada, era noche cerrada y no había ni una luz en aquel bosque negro rodeado de montañas.
Víctor dejó de mirar la ventana y se puso a pasear nervioso por el pequeño salón de la cabaña diciendo que aquello era demasiado para él, que aquella soledad, todo aquel aislamiento, empezaban a hacer mella en su espíritu, y que el hambre era cada vez mayor, un hambre como nunca había sentido jamás.
Allí estábamos los cuatro, tres sentados en el sofá intentando ver la tele y Víctor paseando como un poseso de un lado a otro, Juan dijo que igual un bocata pequeño de jamón podría producirle un efecto balsámico en su alterada psique, pero le contestamos que hasta la hora de la cena no se tocaba nada, y que para balsámico, el lujoso vinagre con el que estaba aliñada la ensalada principal.
Para entretener a Víctor, yo sugerí que podíamos jugar al teto hasta la hora de la cena pero era demasiado tarde, al oír mi voz se detuvo en su obsesivo paseo y nos miró con expresión extraña, como si no nos hubiera visto antes.
En aquel momento lo vimos claramente, aquello era un caso de fiebre de las cabañas, uno piensa que esas cosas solo pasan en lugares lejanos, en las Montañas Rocosas o más allá de los Urales, pues bien, Víctor, el cerebro de Víctor, se encontraba ante la disyuntiva de morir de inanición o comernos a nosotros, y se notaba en su mirada que había tomado ya su decisión.
Yo creo que fue la soledad y el aislamiento, estábamos hacinados en aquel pequeño salón viendo la tele sin poder salir por el mal tiempo y a Víctor se le vino el mundo encima, se le hizo todo demasiado grande, o demasiado pequeño no lo sé, habíamos llegado aquella misma tarde, eso es verdad, pero estábamos lejos de todo, con la única compañía de una naturaleza indómita y salvaje.
Sí, y también el hambre... la soledad, el aislamiento, el hacinamiento, el hambre... todo se conjugó en su contra, se vio allí atrapado sin posibilidad de salida y algo en su mente comenzó a torcerse, es que es muy fuerte, me acuerdo poniendo la cena, yo había llevado una bandeja de deliciosos huevos rellenos, me manché un dedo de mayonesa y me lo limpié con un chupetón, qué cara puso... ahí supe que íbamos a tener problemas, se puso hecho un basilisco y me dijo de todo, me llamó perra egoísta y que la comida era algo comunitario, que no tenía derecho a ponerme hasta el culo cuando los demás estaban al borde de la muerte por desnutrición.
Claro, la situación era cada vez más tensa, imagínese usted, los tres viendo la tele, disfrutando de los últimos momentos televisivos del año que se acaba y Víctor, nuestro Víctor, cada vez más claramente afectado por la fiebre de las cabañas, con el nerviosismo se nos olvidó empezar a cenar y cuando nos quisimos dar cuenta empezaron las campanadas, Víctor estaba fuera de sí, tenía cara de hambre primordial, un hambre que no se sacia con alimentos y que encuentra en la carne humana la satisfacción de un deseo primitivo y básico, cuando Belén Esteban comenzó a dar los cuartos es cuando empezó todo, lo recuerdo como algo borroso, como si no me hubiera pasado a mi, cogimos cada uno un atizador de hierro de la chimenea y no sé quien dio el primer golpe, pero sí que sé que más o menos los golpes fueron al ritmo marcado por las campanadas de fin de año, al final, un año se fue y empezó otro, después, descuartizamos el cuerpo con un hacha y lo enterramos en seis agujeros distintos, juro por Tsathoggua y por Dagón que eso fue lo que ocurrió, luchamos por nuestras vidas con éxito, no creo que nadie nos pueda culpar por ello.
Cuando llegamos, dijimos que aquello era muy bonito y descargamos el coche, después dispusimos la mesa primorosamente para la cena.
Ellas nos dijeron que ni hablar de picar nada hasta la hora de la cena, poco después, Víctor empezó a comportarse raro, decía cada vez más incoherencias y miraba mucho por la ventana aunque no se veía nada, era noche cerrada y no había ni una luz en aquel bosque negro rodeado de montañas.
Víctor dejó de mirar la ventana y se puso a pasear nervioso por el pequeño salón de la cabaña diciendo que aquello era demasiado para él, que aquella soledad, todo aquel aislamiento, empezaban a hacer mella en su espíritu, y que el hambre era cada vez mayor, un hambre como nunca había sentido jamás.
Allí estábamos los cuatro, tres sentados en el sofá intentando ver la tele y Víctor paseando como un poseso de un lado a otro, Juan dijo que igual un bocata pequeño de jamón podría producirle un efecto balsámico en su alterada psique, pero le contestamos que hasta la hora de la cena no se tocaba nada, y que para balsámico, el lujoso vinagre con el que estaba aliñada la ensalada principal.
Para entretener a Víctor, yo sugerí que podíamos jugar al teto hasta la hora de la cena pero era demasiado tarde, al oír mi voz se detuvo en su obsesivo paseo y nos miró con expresión extraña, como si no nos hubiera visto antes.
En aquel momento lo vimos claramente, aquello era un caso de fiebre de las cabañas, uno piensa que esas cosas solo pasan en lugares lejanos, en las Montañas Rocosas o más allá de los Urales, pues bien, Víctor, el cerebro de Víctor, se encontraba ante la disyuntiva de morir de inanición o comernos a nosotros, y se notaba en su mirada que había tomado ya su decisión.
Yo creo que fue la soledad y el aislamiento, estábamos hacinados en aquel pequeño salón viendo la tele sin poder salir por el mal tiempo y a Víctor se le vino el mundo encima, se le hizo todo demasiado grande, o demasiado pequeño no lo sé, habíamos llegado aquella misma tarde, eso es verdad, pero estábamos lejos de todo, con la única compañía de una naturaleza indómita y salvaje.
Sí, y también el hambre... la soledad, el aislamiento, el hacinamiento, el hambre... todo se conjugó en su contra, se vio allí atrapado sin posibilidad de salida y algo en su mente comenzó a torcerse, es que es muy fuerte, me acuerdo poniendo la cena, yo había llevado una bandeja de deliciosos huevos rellenos, me manché un dedo de mayonesa y me lo limpié con un chupetón, qué cara puso... ahí supe que íbamos a tener problemas, se puso hecho un basilisco y me dijo de todo, me llamó perra egoísta y que la comida era algo comunitario, que no tenía derecho a ponerme hasta el culo cuando los demás estaban al borde de la muerte por desnutrición.
Claro, la situación era cada vez más tensa, imagínese usted, los tres viendo la tele, disfrutando de los últimos momentos televisivos del año que se acaba y Víctor, nuestro Víctor, cada vez más claramente afectado por la fiebre de las cabañas, con el nerviosismo se nos olvidó empezar a cenar y cuando nos quisimos dar cuenta empezaron las campanadas, Víctor estaba fuera de sí, tenía cara de hambre primordial, un hambre que no se sacia con alimentos y que encuentra en la carne humana la satisfacción de un deseo primitivo y básico, cuando Belén Esteban comenzó a dar los cuartos es cuando empezó todo, lo recuerdo como algo borroso, como si no me hubiera pasado a mi, cogimos cada uno un atizador de hierro de la chimenea y no sé quien dio el primer golpe, pero sí que sé que más o menos los golpes fueron al ritmo marcado por las campanadas de fin de año, al final, un año se fue y empezó otro, después, descuartizamos el cuerpo con un hacha y lo enterramos en seis agujeros distintos, juro por Tsathoggua y por Dagón que eso fue lo que ocurrió, luchamos por nuestras vidas con éxito, no creo que nadie nos pueda culpar por ello.
2 comentarios:
¿Y yo por qué no había reparado en que usted había hecho una apasionante crónica sobre Belén Esteban? Dígame, ¿Por qué no me había reparado?
hablando de reparar, a la que le hace falta una reparación es a la propia Belén Estebán, tiene un agujero de la napia más arriba que el otro, que lo solucione ya por favor
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